¡Hola! Hoy les traigo una HISTORIA, es un poco larga por lo que la dividiré en dos partes y más adelante colgaré la continuacíón. Esta historia no es solo mía dado que mi QUERIDISIMA PRIMA me ayudó a escribirla cuando tuve un bloqueo (algo que seguro a vosotros también os sucede) Bueno espero que os guste ^^
Pecuniam et avaritia
Hoy era la noche
que decidiría su destino, para bien o para mal. Su vida ahora pendía de un fino
hilo que podía ser rasgado con un simple soplo de brisa. Y podría ascender
hacia la gloria o caer hacia un interminable barranco de hostilidad, tristeza y
desgracia. Las manos le sudaban, y el bolígrafo que sujetaba Carlo Broschi temblaba
levemente. El teatro San Bartolomeo estaba hasta los topes de gente que
aguardaba la llegada del nuevo talento castrati con gran impaciencia. En ese
momento, alguien entró en sus aposentos.
-Prepárese,
señor Broschi, saldrá al escenario en escasos minutos.
-Gracias, señor
Cavalli, puede retirarse.
Hizo una rápida
reverencia antes de salir por la ricamente tallada puerta. El cantor respiró
profundamente para intentar alejar los malos pensamientos que agarrotaban su
alma. Cada segundo que pasaba, para él era una eternidad. Por fin, como si de
un milagro se tratara, oyó la puerta volver a abrirse, y una lejana voz que lo
llamaba para ir al escenario. Durante un largo momento, pensó que sus piernas
no soportarían su peso, pero salió victorioso de su pequeña lucha interior. Sus
pasos le dirigieron hacia el gigantesco escenario, como si de un sonámbulo se
tratara. Llegó al centro de todas las miradas y la multitud calló, expectante.
Paseó su mirada a lo largo de las butacas llenas de los jueces de su futuro.
Tomó aire por última vez, y comenzó a cantar la conocida obra “Angelica e Medoro”
***
Nicolo Bussotti
estaba terminando su mejor creación hasta la fecha. Solo faltaba ajustar un poco
las cuerdas para lo que sería el regalo de bienvenida al mundo para el hijo
suyo que no tardaría en llegar. Bebió un poco de la copa de vino que yacía en
su mano, cuando, de pronto, un alarido desgarrador inundó la estancia.
Derramando el vino sobre su obra corrió hacia el lugar de donde provenía tal
grito. La habitación de su mujer. Entró en ella como si la vida le fuera en
ello, y la visión que le recibió le dejó anonadado: una figura se retorcía
debajo de las que fueron blancas sábanas, que ahora habían cambiado a un
enfermizo color rojo. Rápidamente llamó a la comadrona que llegó en quince
minutos. Esta le ordenó esperar fuera para que no se interpusiese en su
trabajo. Sin oponer resistencia se marchó ya que se sentía incapacitado para
hacer otra cosa que no fuera estorbar. No pudo quedarse mucho tiempo cerca de
la habitación sentado, porque los alaridos de su mujer le atravesaban el
corazón como afilados puñales, así que fue a su taller para darle los último
retoques a su obra. Sintió que el alma se le caía a los pies cuando vio que el violín en el que tanto
había estado trabajando había sido empapado por el vino que había derramado
anteriormente. Intentó quitar la mancha, sin éxito, pues el violín había sido
irrevocablemente teñido de un rojo, probablemente igual que el que ahora teñía
las sábanas de la habitación de su mujer. De pronto, un silencio escalofriante
captó su atención, y sus más temidas pesadillas parecieron cobrar vida. Anduvo
lentamente sin capacidad de pensamiento hacia la habitación. Los desbocados
latidos de su corazón no auguraban nada bueno. Cuando estaba frente a la puerta
dudó si conseguiría afrontar la imagen que prontamente se le aparecería. Una
figura la abrió silenciosamente y la imagen que vio no fue ni la mitad de
dolorosa de lo que había imaginado. Su mujer yacía inerte sobre la cama y en
sus brazos se hallaba una pequeña criatura que según pensó él le había
arrebatado la vida a su querida esposa. No pudo reaccionar, ahora mismo no se
encontraba en ese mundo. Los sentimientos encontrados iban cobrando forma en su
interior. La imposibilidad de reaccionar fue poco a poco fue sustituida por un
desasosiego que se presentó en forma de llanto. En ese momento tomó una gran
decisión: la mayor obra del gran Bussotti, el mejor creador de violines de
la historia, había sido realizada el día
de su perdición. La muerte de su mujer y su hijo quedaría reflejada para
siempre en el color escarlata del que de ahora en adelante se llamaría “El
Violín Rojo”.
***
La noche había
sido un éxito. Al terminar la actuación todos se habían levantado aplaudiendo
invadidos por una extraña emoción de felicidad y tristeza. Carlo Broschi hizo
un par de reverencias y salió del escenario con una sonrisa dibujada en su
pícara cara. Eso solo fue el principio de una gran velada, que además de
méritos profesionales, también incluía alguna que otra conquista personal.
Cuando se había retirado a sus aposentos recibió la extraña visita de un
sorprendente personaje, Paulo Farinelli, quien le había dicho que su jornada había sido
brillante.
-Señor Broschi,
siento molestarle, ¿me dedicaría unos instantes?
-Si, por
supuesto, adelante.
-Vengo para
felicitarle por su espectáculo, ha sido fantástico. Al oírle alcanzar esas
notas tan agudas he sentido mi corazón en un puño, creí que desafinaría en
alguna, pero no, no se ha equivocado. Mi más sincera felicitación. Aunque he
venido aquí por otra razón.
<<En estos
tiempos que corren es difícil encontrar un buen artista. Los grandes talentos
se descubren cada mucho tiempo, y cada patrón necesita una vida y más para
encontrar su estrella. Muchos no llegan ni a conocerla, por eso me siento muy
agradecido al cielo por haber conseguido al fin a un cantaor tan grande como
tú, por lo tanto, y como creo que ya sospecha, he venido para ofrecerle la
posibilidad de ser representado por mí. Ya sé que su hermano y vos están muy
unidos, y será difícil convencerle, así que le ruego escuche mi proposición
entera. >>
-Señor Farinelli-le interrumpió Carlo-, creo que ninguna oferta suya
va a conseguir separarme de mi hermano, así que creo que si no tiene nada más
que hacerme saber, creo oportuna su retirada.
-No, señor
Broschi, no me voy a ir a ningún lado hasta que no escuche lo que he venido a
decirle: no creo que en su corta vida
artística haya oído jamás una proposición semejante a la mía, ni al mismísimo
Haendel se le habría pasado por la
cabeza una riqueza semejante obtenida por otra persona que no fuera Dios. ¿He
despertado su curiosidad?
-Sinceramente,
creo que mantengo en pie mi opinión inicial- respondió secamente Carlo.
-Bueno, aún así
continuaré, y verá como al final se dará cuenta de que jamás se le presentará
una propuesta similar. Lo que le estoy
ofreciendo es una riqueza sin par: diez veces su peso en cofres repletos de
oro.
Carlo Broschi no
pudo responder. Jamás, ni el mismo respetado monarca del país, vería esa cifra
en el largo recorrido de su vida. Solo se podía reunir juntando la fortuna de
cinco de los más ricos monarcas de Europa. Y aún así, lo dudaba. Se sintió
dividido, entre su hermano y esa increíble fortuna. Al ver que no acababa de
decidirse, el misterioso personaje añadió:
-Tendrá todo lo
que quiera, mujeres, fortuna, fama. Todo eso será suyo si decide aceptar mi
oferta, podrá dominar su destino. Y si al final decide tomar este camino,
obtendrá una antigua reliquia que le puede ayudar a cumplir sus más deseados
sueños.
Ante esta última
noticia Carlo quedó completamente estupefacto. Nunca había sentido tanta
curiosidad como en aquel momento. Seguramente era una treta para que aceptara
la oferta. Ni siquiera pensaba que el dinero que le había ofrecido fuera
cierto. De todas formas, le podía obligar a enseñarle ese mítico objeto.
-¿Cuál es esa
misteriosa reliquia?- preguntó Carlo con cierta sorna.
-Ah, eso, mi
señor, deberá esperar. De momento puedo garantizarle que, con lo que ahora
recibirá, no necesitará el amuleto para cambiar su destino.- dijo el hombre,
con una sonrisa misteriosa en su rostro. Carlo no sabía qué hacer.
-Déjeme a solas
con mis pensamientos, y le haré llegar mi respuesta lo antes posible.- pareció
que el señor Farinelli se daba por satisfecho. Hizo una exagerada reverencia,
le dio las gracias por su atención y se marchó.
Cuando al fin se
quedó solo, recibió una más agradable visita. No logró darle vueltas al asunto,
pero tampoco lo lamentó.
***
-Buenos días,
señora. ¿En qué puedo ayudarla?- preguntó alegremente Beltrán. Estaba orgulloso
de haber conseguido trabajo en el taller del gran Nicolo Bussotti, el cual
estaba últimamente muy extraño. Había oído rumores de la muerte de alguien muy
querido de su familia, pero, claro, con lo que la gente exageraba,
perfectamente podría tratarse de la muerte de un conejo, que a lo mejor ni
tenía.
-Buenos días,
pues verá, quería comprar un violín. La fama de tu señor no conoce
fronteras.-Añadió con una deslumbrante sonrisa que encajaba a la perfección con
su bello rostro. Beltrán se quedó extrañado de que una mujer tan hermosa como
aquella se dignara siquiera a mirarle.
-Bueno, en ese
caso, haga el favor de seguirme mientras le muestro nuestras mejores obras.-
empezó a andar guiándola por un estrecho túnel que llevaba al taller donde se encontraban
las más valiosas obras de Nicolo Bussotti. Le enseñó el primer violín, que
contaba con una bella tapa hecha de pícea, importada directamente de Noruega,
pero el resto era de ébano, un material más usado para las guitarras. Al
parecer la mujer se dio cuenta de ello, se lo hizo saber a Beltrán, y pasaron
al siguiente ejemplar, un bello instrumento que parecía sabedor de su belleza,
pero ella le encontró otra pega. Siguieron así durante unos cuantos minutos,
pero ninguno era perfecto para ella: que si las eses eran muy estrechas, el
puerto muy afilado…
-Parece que la
fama de Bussotti es algo exagerada, ¿verdad?- dijo, con una nota de sarcasmo en
la voz. Estaba tratando que el chico le dijera dónde estaba el mejor violín. Y
así lo consiguió:
-Bueno, el señor
Bussotti tiene una obra maestra que aún no ha puesto a la venta…- lo dejó en el
aire, a ver cómo respondía a aquello.
-Y supongo que
ningún comprador normal puede verlo, ¿verdad?
-Pues la verdad
es que no.
-Pero es que
resulta que yo no soy una compradora normal.- dijo, con un tono mezclado entre
apremiante y amenazador.
-Pero el señor
ha dicho…
-¡Me da igual lo
que te haya dicho! Tú enséñamelo, y después de ver la gran suma de dinero que
puedo ofreceros, me dirás si sigo sin poder verlo.- rugió la mujer, y en su
tono de voz había desaparecido la parte apremiante y solo quedaba clara la
amenaza.
-Sí, señora-
dijo, como un niño al que acaban de descubrir robando mermelada. Ella soltó una
sonrisa triunfal, y siguió al chico, que la guió hacia una cámara que era
precedida por el taller. Probablemente se trataba del estudio privado de
Nicolo. Cuando pensó en ello, a Beltrán le recorrió un escalofrío por la
espalda, y pensó que podrían despedirlo por lo que estaba haciendo. Al
contrario que él, la mujer estaba divertida por el miedo del aprendiz, y a la
vez complacida por haber conseguido su propósito. La estancia era bastante
estrecha, pero a pesara de su pequeñez, estaba tan ricamente adornada que
podría haber pasado por una habitación de reyes. Al parecer, la fama no era tan
exagerada, pensó ella. Había cofres de secuoya repartidos por la habitación,
unas cortinas de seda, probablemente importadas desde la China exclusivamente
para él, y plantas como orquídeas negras
y bambúes metidas en jarrones de oro y bronce. Aunque ella estaba acostumbrada
a las riquezas quedó verdaderamente impresionada. Y en medio de aquel tesoro,
la mujer, que sabía apreciar más que nada la música, quedó maravillada al ver
el gran violín que allí se erguía majestuosamente.
-Es este,
señora- dijo Beltrán, con una voz apenas audible.-Se llama “El Violín Rojo”, y
es la joya más apreciada de mi señor.
-Lo quiero.-Dijo
la mujer saliendo de su ensimismamiento.-Pagaré lo que haga falta por tal
grandiosa reliquia. Es hermosa, y ese tono rojizo como la sangre le da aún más
atractivo.
-Lo siento
señorita, pero este violín no se encuentra en venta. Mi señor le tiene
demasiado aprecio.
-¿Más aprecio
que a dos mil escudos?-Preguntó irónicamente.
-Incluso más que
a esa gran cantidad de dinero.-Los dos se giraron sorprendidos y se encontraron
con la imponente y enfadada figura de Nicolo Bussotti.
-Ese violín no
está a la venta, como mi querido aprendiz probablemente ya le haya dicho, así
que le ruego que salga de aquí lo antes posible, si no quiere que pierda la
razón y cometa alguna estupidez- dijo, sin disimular su furia.
-A lo mejor diez
mil escudos…- dijo, pero la frase se quedó a medias, ya que su aplomo inicial
la estaba abandonando. Nicolo la miró con más furia en su mirada si eso fuera
posible. La señorita, ante aquella situación decidió irse por su propia cuenta
ya que podía conseguir esa joya por otros métodos. Nicolo Bussotti respiró
aliviado cuando esta se fue, y se dio la vuelta para encararse con el muchacho.
-No tengo nada
que decir. Puedes recoger tus cosas y volver a tu casa.- dijo él. El muchacho
ya se lo esperaba, pero aun así fue muy duro.
-¡Ah! Y por
cierto, si ves a algún muchacho que quiera trabajar para mí, envíamelo, ¿vale?-
dijo, intentando hacerle sentir mal y culpable. Beltrán se alejó arrastrando
los pies, pensando en cómo mantendría a su familia a partir de ahora.
Pero aquella no
sería la última vez que entraría en el taller. Ni tampoco la última que vería a
la bella mujer. Y curiosamente, ambos hechos estaban estrechamente
relacionados.
A la mañana
siguiente, el taller apareció lleno de gente que quería conseguir el empleo que
había quedado vacío, ya que la noticia se había extendido como la pólvora.
Cuando Nicolo hubo decidido quién ocuparía el puesto, se dirigió al taller.
Parecía que las cosas no podrían mejorar nunca. El gran altar en el que se
tendría que alojar su violín estaba vacío.
Y, mientras, en
una lujosa casa del barrio más rico, una hermosa mujer y un chiquillo hablaban:
-Muchas gracias
por tu ayuda- dijo ella, con una encandiladora sonrisa.
-No… No hay… De
qué-respondió medio hechizado el muchacho.
-¡Qué pena que
no vayamos a trabajar de nuevo juntos!- mintió, con el engaño pintado en el
rostro. El chico estaba tan hipnotizado que no se dio cuenta de ello.
-Ya lo creo-
respondió como un inocente cordero a punto de ser degollado. Lo cual no distaba
mucho de la verdad.
-Pero bueno, qué
lástima que no puedas volver a trabajar en ninguna otra cosa- añadió ella. El
chico salió de su engaño cuando dijo esto último. Pero fue demasiado tarde. Lo
último que oyó fue una espada que rasgaba el aire.
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