30/5/13

¿Victoria?

Relamí mis labios y sonreí. Había ganado. Otra victoria. Otro triunfo.

-Por favor...

Las lágrimas surcaban sus bellas facciones sonrojadas por la angustia y el miedo.

Di un paso hacia donde se encontraba pero ella se encargó de volver a establecer la distancia inicial entre ambos.

-Mi amor... Se acabó. Fin del juego.

Volví a avanzar. Ella retrocedió otra vez. Así hasta que quedó apoyada contra la pared.

A penas unos centímetros separaban nuestros cuerpos. Podía sentir su dulce aliento como también sabía que ella podía sentir el mío en la piel desnuda de su cuello.

Comencé a jugar traviesamente con sus cabellos.

¿Sus sollozos? Música para mis oídos.

-¿Por qué sigues luchando aún sabiendo que te he derrotado?- era una duda que me carcomía por dentro.

Sus ojos se clavaron, lentamente, en los míos. No veía en ellos el miedo que portaban segundos atrás.

-No me has vencido- me carcajeé de su respuesta. Las palabras habían surgido de su boca con una aparente seguridad.

Deslicé mi mano delicadamente desde sus cabellos hasta su mano izquierda donde descansaba aquella joya con la que tendría que cargar hasta su tumba. 

Alcé su extremidad y coloqué su mano en mi mejilla.

-¿Ves esto cariño? Esto es la muestra de que me perteneces. De que te he ganado y tu, amor, has perdido.

Dichas estas palabras, guié mis manos hacia su espalda donde descansaba una cremallera. Lentamente, comencé a bajarla. El vestido blanco se agitaba por culpa de sus temblores. Maldije en voz alta cuando la interminable cremallera se atascó. La paciencia no era mi punto fuerte y se acabó al poco tiempo, por lo que, enfurecido, rasgué la tela que cayó al suelo deslizándose por su cuerpo.

Observé sonriendo su inútil intento de cubrirse de mi hambrienta mirada.

-Ni lo intentes.

Dio un pequeño salto asustada y aproveché para robarla un beso de tantos.

Pude sentir la mezcla de sensaciones que manejaban su cuerpo en ese momento. Primero sorpresa, luego miedo, furia, y, finalmente, sumisión.

Sus lágrimas humedecían mis mejillas y sus besos, a pesar de ser dulces, contenían un sabor amargo que nunca había probado.

Aquella noche fue la primera de muchas. Gané la partida. Conseguí tenerla a mi lado, pero nunca disfrutó con mis caricias; nunca me llegó a amar.

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