29/4/13

Game over (II)


¡Aquí está la continuación! Espero que os guste.

Ya sé que hoy no es miércoles pero estoy malita y aburrida en casa y, además, me voy a la playa mañana así que aprovecho para publicar la continuación ahora. ¡Buen puente a todos!



Los años habían transcurrido y Samara se había vuelto una persona fría, una autómata que cumplía cada orden que su marido la daba. Nunca habló, ocasiones no la habían faltado, pero el miedo y el amor no son sentimientos compatibles con la cordura. Ambos la habían cegado.

Ella confiaba plenamente en él, otro error. Sin ser bastante para Erik sus obsesivos celos comenzó a serla infiel. Ya no la quería, pero nunca la dejaría ir. Ella era de su propiedad, según su parecer.

Samara comenzó a dudar y cuando reunió el valor suficiente para preguntar la causa de sus tardías llegadas la respuesta fueron únicamente gritos y golpes. Ese día fue cuando algo hizo “clic” en su cabeza.

Empezó a trazar un plan de huida, sabía que él no la iba a dejar ir por las buenas así que siguió usando el disfraz de esposa enamorada y sumisa que había llevado puesto durante tanto tiempo.

Sabía el día, la hora y el lugar al que iría. No pensaba ir a casa de ningún familiar porque sabía que allí era donde él buscaría primero. Tampoco a casa de algún amigo, ya que debido a los estrictos horarios a lo que su marido la sometía sus amistades habían ido rompiéndose poco a poco hasta quedar en la nada.



El día tan ansiado llegó, Erik se fue a trabajar y Samara sacó la maleta que había preparado semanas antes. Entonces, comenzó su huida.

Bajó rápidamente las escaleras del edificio en el cual vivía y empezó a andar por las calles en dirección a una parada de taxis. Pero no había recorrido ni una manzana cuando algo llamó su atención y la obligó, indirectamente, a parar.

En un bar de la calle contraria su marido se dedicaba a comerle la boca a una rubia. Mentiría si dijera que no la dolió. Samara creía que se ya se había hecho a la idea de que su marido no le fuera fiel pero por lo que pasó no fue así.

Se quedó mirando atónita la escena que se estaba llevando a cabo frente a sus ojos y sin poder evitarlo las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas.

Erik se giró al sentirse observado. Enmudeció al verla allí, llorando, mientras mantenía su mirada clavada en él, pero el shock le duró poco al ver las maletas que sostenía Samara.

Sin importarle la rubia, comenzó a andar hacia la que era y seguiría siendo su mujer mientras viviera.

Samara, presa del pánico, empezó a correr calle abajo pero debido a sus pesadas pertenencias Erik no tardó en darla alcance.

La gente les miraba sin saber muy bien que hacer. A vista de todos eran la pareja perfecta pero las lágrimas en los ojos de ella decían lo contrario.

-¿A dónde crees que vas?

-¡Lejos de ti!-tuvo la valentía de gritar.

-¡Soy tu marido! No puedes abandonarme.

-¡Mírame!- y reanudó su marcha pero por poco tiempo ya que él la cogió e impidió su avance. La tapó la boca con una mano para que no gritara pero antes se cercioró de que nadie tuviera la mirada puesta en ellos.

-¿Cuándo vas a entender que eres mía? Nunca me dejarás-tal terrorífico era su tono de voz  que Samara se quedó petrificada y él aprovechó el momento para arrastrarla prácticamente hacia su casa.

Las palabras de Erik se gravaron con fuego en la mente de Samara. Sería suya para siempre, hasta que muriera.



Él era el culpable de tal macabra, cobarde y dolorosa situación. Nunca podría alejarse de él en vida así que  pondría entre ambos el único abismo que él no se atrevería a cruzar, la muerte.

Se mordió con fuerza los labios impidiendo que el grito que comenzaba a formarse en su garganta saliera al exterior, puso tanto empeño que acabó haciéndose una herida. El sabor de la sangre se mezcló con su saliva y un agrio sabor se extendió por toda su cavidad bucal.

Había dejado ya los brazos de lado y ahora era el turno de las piernas. Esa misma mañana había escrito una carta de despedida a sus padres en las que les contaba todo el martirio que había sufrido esos últimos años y se disculpaba por no haber tenido el suficiente valor para poder acusarle en vida. Al menos sabía que él estaría entre rejas mientras ella descansaba en paz entre lápidas.

Sonrió cuando su visión comenzó a oscurecerse, segundos después cayó muerta en el suelo del baño. El único testigo había sido el espejo, que había prestado atención a cada corte y en el cual se había quedado reflejada la imagen de Samara envuelta en sangre pero con una sonrisa en el rostro.


1 comentario:

N dijo...

Me has erizado el vello con el relato. Adoro tu forma de describir :)